EL AMIGO DE CHARLES DARWIN

¿Qué tienen en común la mayoría de las abuelas, los antiguos trovadores y los borrachos de café?


No, no hablo de las barbas, hablo de las historias. 
Las historias, verdaderas fogatas ante las que reunirnos, están siempre a pedir de boca si se sabe a quién y cómo pedirlas.

Y no se confundan pensando que cualquier medio es lo mismo para contar las historias, ellas disfrutan más de ciertos envases… yo por caso tengo algunos amigos que me cuentan las películas y -lejos de quemarme el argumento- algunas de ellas se ven enaltecidas, al punto de preferir las historias de mis amigos relatando esas películas que los films originales. 
No es de extrañar que se recomiende enfáticamente no ver la película después de leer el libro: las historias bien contadas nos hacen desplegar nuestra imaginación y le pasan el trapo a cualquier producción hollywoodense. 

Nuestro trovador, nuestro borracho, nuestra abuela de esta tarde-noche es Hernán Tejerina, escucharemos del libro “la lengua de los gorilas y otros cuentos” esta historia titulada “El amigo de charles Darwin” 


EL AMIGO DE CHARLES DARWIN
Un biólogo, amigo de Charles Darwin, tenía dos obsesiones en su vida: la defensa de la teoría de la evolución y el amor de Melisa Brown, su vecina de enfrente.

El biólogo cotejaba a su vecina con científico empeño y su vecina lo desdeñaba, metódicamente. Él, sin embargo, volvía a insistir.

Un día, buscando desalentarlo para siempre, su vecina le dijo: “Seré tu esposa cuando cuentes los granos de la arena del mar”. El amigo de Darwin, cegado de amor, puso manos a la obra.

Durante la primera semana el hombre pasaba doce horas al día contando grano a grano la arena del mar. Comía frugalmente y bebía en abundancia. Su sueño era pesado y profundo.

El paso del tiempo acrecentaba el amor del biólogo.

Al mes de haber comenzado su tarea, pasaba 16 horas al día desgranando las playas y el mar.
Casi no dormía, bebía poco, dormía mal.

Meticuloso contaba y contaba. Tomaba un puñadito de arena con una mano y con el pulgar y el índice de la otra iba separando grano a grano y contando, 1.020.004, 1.020.005, 1.020.006. Cuando acababa la cuenta del puñadito de arena, sacaba un lápiz del bolsillo de atrás de su pantalón y anotaba la cifra correspondiente. Embolsaba la arena contabilizada en grandes bolsas negras.

Ciego de empeño y amor, el biólogo se fue apartando de su pueblo y su gente.

Pasaron muchos años. Melisa Brown, su vecina de enfrente, olvidó lo que un día le dijo y se casó con un novio de la infancia. Tuvo cuatro hijos. Fue feliz. Enviudó a los cuarenta.

En el pueblo todos fueron olvidando al biólogo. Su hermana lo olvidó, su padre lo olvidó y Charles Darwin también lo olvidó. En noches de insomnio su madre creía recordar a un hombre desgarbado que desculaba hormigas y se enamoraba de una puta; luego, cuando estaba a punto de recordar el rostro de su hijo, la madre se dormía.

Al día siguiente despertaba desmemoriada.

5.800.003, 5.800.004, 5.800.005. A los tres años de haber comenzado a contar la arena del mar, el biólogo estaba en el África. Le había crecido una barba cerrada y oscura, su andar era bamboleante y la espalda se le había encorvado. La gente que lo miraba en la playa, unas veces veía a un hombre en extinción y otras a un simio excepcional.

Ya no embolsaba la arena que había contado pero nunca contaba dos veces la misma arena.

También el biólogo fue olvidando al mundo. Primero se borroneó su familia y su infancia. Después, olvidó su ciencia y más tarde olvidó a Melisa Brown. Contar arena, en cambio, se le hizo instinto.

Siguiendo el trazo de la arena desanduvo el camino de la tierra al mar. De dos patas pasó a cuatro y luego al reptar primario y más tarde el agua se volvió su elemento.

100.800.001, 100.800.002, 100.800.003.

Para cuando Charles Darwin comenzó a figurar en las enciclopedias, se había cubierto de escamas y contaba un número de 107 cifras.


Cortesía de Editorial eduvim (Editorial Universitaria Villa Maria) para leer más cuentos:
http://www.eduvim.com.ar/archivos/descargas/1275334028_5%20LA%20LUNGUA%20gorilas.pdf


HERNÁN TEJERINA: Nació en 1972, en Corrientes. Pasó su infancia -“una época importante de mi vida”- en Bell Ville, Provincia de Córdoba. Desde los diez años vive en Córdoba. Ha colaborado en la revista La Intemperie y en Gramática y homicidios.


(*) columna "temporada de migrañas" emitida en el programa radial "Sangre de monos"

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