Las dos naranjas

Los niños son, y siempre fueron, víctimas culturales de nuestras limitaciones: muchas y diversas son las situaciones en las que se evidencia cómo se subestima a los niños, cómo se subestima y se malentiende aquello de la cultura que va dirigido a ellos.


Canciones repletas de diminutivos con melodías sosas y cuentos con historias bastantes flojas abundan en el universo de la producción para chicos, muchas veces marcadas por la escolaridad, por la moraleja el aprendizaje y el “deber ser”… Aún así, con gusto se puede decir que la literatura para chicos ha evolucionado notablemente en los últimos veintipico de años y que –chicos o grandes- ya pueden disfrutar de muchas buenas obras. 

Sin embargo a la poesía para niños no muchos se le atreven. 

Edith Vera es una de las poetas que escribió poesía para niños con una belleza inabarcable. 
Ella nació en Villa María en 1925, donde vivió hasta su muerte en 2003, desde ahí escribió poemas que por su pureza y su maravilla gustaron a grandes y a chicos. 

Escribió poemas para niños como pocos antes lo habían hecho: Federico García Lorca, María Elena Walsh, Laura Devetach y pocos más. 

“Las dos naranjas”, el primero de sus libros para niños, es quizás uno de los libros más bellos que se hayan editado y hay que decir que antes de ser publicados, los poemas ya se leían por radio, integraban antologías, circulaban por las aulas y hasta se decía que la mismísima Violeta Parra se los leía a sus nietos. 
Aquí un brevísimo poema de este libro:

Naranja, niña de espuma
quiso bajar a la tierra
y en el oro se bañó.
Naranja, niña de oro,
jugando a la ronda-ronda,
en el azul se durmió.
Escribir poesía es un oficio, tan artesanal como construir una mesa a mano, coser un saco, hacer un pan.
El material del cual están hechas sus criaturas no son otra cosa que las palabras, y se descubre en el camino que son un material más rebelde de lo que uno pudiera imaginar:
¿cómo devolverle la sonoridad, el contenido, los muchos significados y evocaciones a las palabras? 
¿Cómo? si a diario las decimos y escuchamos infinitas veces; ¿Cómo? si todo el tiempo las redefinimos, las falseamos, las vaciamos de sentido, o simplemente nos acostumbramos a ellas… 

Para quien se toma este oficio en serio, y con esto me refiero al que lo hace de verdad, el material de las palabras a veces se resiste y el único camino posible es el que está lejos de la impostura, el que se vincula con la honestidad porque pocas cosas de un poeta pueden escaparse de la poesía que escribe.

Será porque hay algo de nosotros que se aleja de la pureza, que nos cuesta conectarnos honestamente con los chicos, adentrarnos respetuosa y lúdicamente en su mundo. 

A veces esto es involuntario y otras inevitable; justo es, entonces, reconocer a aquellos que como Edith Vera pueden vivir en este mundo sin perder esa naranja dorada de la niñez, redonda y pura. Verdadera.

(*) columna "temporada de migrañas" emitida en el programa radial "Sangre de monos"

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