Un sueño eterno

7/08/2011 02:27:00 p.m. Quir-k (Juana Luján) 0 Comments

Cuaderno 1

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Escribo: un tumor me pudre la lengua. Y el tumor que la pudre me asesina con la perversa lentitud de un verdugo de pesadilla.


¿Yo escribí eso, aquí, en Buenos Aires, mientras oía llegar la lluvia, el invierno, la noche? Escribí: mi lengua se pudre. ¿Yo escribí eso, hoy, un día de junio, mientras oía llegar la lluvia, el invierno, la noche?

Y ahora escribo: me llamaron –¿importa cuándo?– el orador de la Revolución. Escribo: una risa larga y trastornada se enrosca en el vientre de quien fue llamado el orador de la Revolución. Escribo: mi boca no ríe. La podredumbre prohíbe, a mi boca, la risa.

Yo, Juan José Castelli, que escribí que un tumor me pudre la lengua, ¿sé, todavía, que una risa larga y trastornada cruje en mi vientre, que hoy es la noche de un día de junio, y que llueve, y que el invierno llega a las puertas de una ciudad que exterminó la utopía pero no su memoria?

Este es Juan José Castelli, abogado y gran orador, quien muere de cáncer de lengua dos años después de la revolución de 1810. Durante el año previo a su muerte Castelli es enviado al Alto Perú y regresa a Buenos Aires para ser enjuiciado por acusaciones por supuesto mal accionar que le imputan haber tenido relaciones íntimas con mujeres menores durante sus campañas militares.

La revolución es un sueño eterno es el nombre de la novela de Andrés Rivera de la cual he sacado el primer párrafo que les leí. Rivera nació en 1928 en Villa Crespo y su verdadero nombre es Marcos Ribak, de joven Rivera fue obrero textil, después periodista y más tarde escritor. Vivió desde 1995 en Córdoba en el barrio de Bella Vista –levantado por obreros y desocupados– muy cerquita de la Biblioteca Popular gestionada por su mujer, Susana Fiorito y actualmente alterna Córdoba y buenos aires para vivir. 
Reniega enfáticamente de la "novela histórica", un género literario bastante “taquillero” que tan de moda se puso, sobre todo en Córdoba, en los 90. La verdad es que aunque toma hechos y nombres de nuestra historia lo suyo no es propiamente novela histórica. Rivera toma un hecho mínimo, una frase, una imagen para crear ficciones sobre estos personajes, llevándonos a un tiempo, que solo hemos visto en las clases de historia, donde inmutables rostros pintados, bustos de mármol o bronce replican facciones y gestos de hombres que no parecen haber estado vivos ni siquiera en su época.

Sin embargo Andrés Rivera los vuelve humanos a través de la ficción. No importa si, efectivamente, Castelli se sentía de esta manera en esos últimos días entre el olvido, la pobreza y la enfermedad, esos duros días previos a morir. O si efectivamente recordaba el juicio que le hubieron hecho por supuesto mal accionar, si efectivamente se sentía triste y defraudado por esa revolución que ya desde el principio parecía traicionar los ideales, los sueños de justicia, igualdad, verdad y liberación que la gestaron, o si sufría por la irónica suerte que había dejado justamente al “orador de la revolución” sin poder decir palabra. 
Y aunque cuando leemos la revolución es un sueño eterno sentimos que de verdad Juan José Castelli, el orador de la revolución, tiene necesidad de decirlo todo. Y llena dos cuadernos con su caligrafía, antes y después de que le cortaran la lengua, en realidad no importa.

Importa si, que al leerlo recordamos que estos fueron hombres, que estuvieron vivos, que no hay hombre sin contradicciones, que no hay revolución que no haya reclamado alguna vez sangre y que esa sangre corría también por las venas de personas como cualquiera de nosotros, pero allá, en lo que quizás podría considerarse el génesis de la república… 
hay quienes se ofuscan por la falta de rigor histórico, pero para ser honestos después de todo la historia que conocemos es en cierto modo una ficción, y esto hay que tenerlo en cuenta a la hora de recibir lo que nos venden desde la tele, los libros de texto y demases, esa historia tiende a volver a los hombres estatuas de bronce y a borrar minuciosamente aquello que no le conviene al poder de turno…

Ya lo decía la canción “Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia”

Rivera sabe que con la ficción no traiciona al hombre detrás del prócer, porque por lo menos en una novela hay un mutuo acuerdo, un pacto entre lector y escritor, un juego donde la mentira tiene un marco del cual se entra y se sale a voluntad, así es la ficción. 
En los libros de texto en cambio, en las historias oficiales, la ficción se da por cierta, absoluta e imparcial y eso si que es traición.(*) columna "temporada de migrañas" emitida en el programa radial "Sangre de monos"
http://www.subcodefiestas.com.ar/2011/10/la-revolucion-es-un-sueno-eterno.html

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