visible y cercano

A veces, frente al papel e blanco, un escritor se plantea qué quiere de la literatura y, también, qué quiere la literatura -los lectores- de quien escribe.

No hablo de aquellos que hacen escritos por encargo o aquellos que dejan de lado el estilo propio para volcarse a géneros o estilos más populares o, mejor dicho, taquilleros.

Hablo del lugar que ocupa un escritor en la sociedad y lo que la sociedad le pide a ese autor. En otros tiempos quizás a un artista se le podía pedir exclusivamente que sus creaciones fueran bellas en su forma, en otros que cumplieran una función educadora del lector o espectador, moral si se quiere; en otros tiempos puede que se le pidiera originalidad, visión, un “estar adelantado a su época”.

En mi muy humilde opinión lo que hoy por hoy me gustaría pedirle a un escritor es honestidad.
No quiero decir con esto que no me interesa la belleza en el arte, pero encuentro a lo bello indisolublemente ligado a esa honestidad artística.

Circe Maia, una reconocida poeta uruguaya, decía en uno de sus poemas:

Trabajo en lo visible y en lo cercano
—y no lo creas fácil—.
No quisiera ir más lejos. Todo esto
que palpo y veo
junto a mí, hora a hora
es rebelde y resiste.

Para su vivo peso
demasiado livianas se me hacen las palabras. 


Y verdaderamente demasiado livianas se nos hacen las palabras cuando quien escribe lo hace desde la impostura. Impostura, deshonestidad, que puede notarse tanto en las mismas palabras -como si alguien hoy por hoy nos hablara de “Tú” o de “vosotros” y no de “vos” o “ustedes”- como en el tono -en esos poemas de chicos piolas que se las saben todas- pasando por, entre otros, los temas –esas grandilocuentes meditaciones cuasi filosóficas que están en el papel para demostrarnos que ellos estudiaron mucho y saben más que nosotros-.

Yo como lectora me quedo con la honestidad, con eso visible y cercano que, como dice el poema, muchas veces se resiste a ser escrito, a ser nombrado por palabras livianas.


Cuando leotabaco mariposa de Elena Anníbali, lo leo con fluidez, con tranquilidad, como si fuera algo que tenía que hacer. Y lo leo así porque le creo.


Le creo que es de la pampa cordobesa, de un pueblo famoso por los salames y las sembradoras.


Le creo que es mujer, que se enamoró, que aprendió a fumar, que fue niña.


Le creo ese clima cercano, le creo que habla como escribe.


La honestidad toca todo eso que construye ese palacio sumergido, la intimidad cálida y austera.
Dice en el poema tabaco mariposa, que da nombre al libro:




aprendí a fumar con rubén
enrrollando tabaco mariposa en papel
de seda

lo hacíamos de noche
sentados en un escalón de la casilla
mientras a nuestros pies
sus lánguidos perros soñaban
con la sangre dulce de las liebres
en el monte cercano

a veces todo era oscuridad, salvo
su cara
iluminada brevemente por el fuego
como un animal
por los relámpagos

el día que se fue del pueblo
me dejó su radio
y los jabones partidos
que yo usaba pasándomelos
despacio
por el cuerpo

con la última espuma disuelta en el agua
se fue, también, la memoria
y el deseo de él
una cosa fragante
y sutil
como los eucaliptos
cuando los moja la niebla 





Esa belleza y esa honestidad, juntas, sutiles y fragantes como esos eucaliptos mojados por la niebla, son todo, y no es poco, lo que creo podemos pedirle a un escritor: una ventana a su más verdadero mundo, para poder entender el nuestro.


*columna para el programa radial "Sangre de monos" www.subcodefiestas.com.ar
para leer/saber más sobre Elena Aníballi:

Libro “tabaco mariposa”, Editorial Caballo Negro. http://www.caballonegroeditora.com.ar/ 
Blog de la autora. 
http://chemadamme.blogspot.com/

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